Augé no busca explicaciones filosóficas de hondo calado o fórmulas de psicología que avalen sus palabras. No trata de escribir un libro de autoayuda. Es más bien la condensación psicológica y literaria de vivencias y reflexiones personales, cuestiones que se derivan de los encuentros que la vida nos regala con elementos causales que podrían parecer banales, una película, un poema, el protagonista de una novela, un atardecer, un determinado sabor, una frase musical y que impresionaron vivamente la sensibilidad receptiva del autor, que no es pocas. Augé, generosamente, infiere que ese tipo de sensibilidad de percepción es algo común en muchas personas y que entenderán y compartirán su discurso. Aunque quizá sea preciso que sean personas que logren sacudirse la habitual sumisión a la dictadura de los deseos, las expectativas o las ambiciones y a los agobios del trabajo y la supervivencia. Aunque sobrevivan, dice Augé, "a las tempestades que quiebran el alma y a las inundaciones que las asfixian y ahogan".
Citas irónicas a Luc Ferry, Laurent Gounelle o Alain Badiou o Cioran, con su "alegre pesimismo". Voltaire, Pascal o Saint Just, amalgamados con los recuerdos y vivencias del autor. También aparecen Stendhal, Malraux y Flaubert que sirven como excusa a nuestro autor para reflexionar con sencillez y sentido común, sin alterar el curso plácido de su discurso que se pierde en evocaciones de experiencias teatrales propias, de placeres "de la espera y alegría del recuerdo", viendo películas antiguas, rememorando los primeros encuentros o los encantos de la pasta italiana, para terminar con las "alegrías de la senectud" y las palabras de Séneca al respecto. Los lectores de este libro tendrán una experiencia refleja de la serenidad, el buen humor, la ironía nada agresiva que fluyen por sus páginas y de algo más que tiene un gran valor: una especie de sabiduría decantada que parece latir detrás de las palabras, de las frases y de las imágenes.