En cuanto a Montaigne, ya en pleno siglo XVI, esa forma de vida escogida nos muestra que Michel era un “señorito” que vivía de rentas pero también que no tenía ninguna ambición socio-política o económica y gozaba de una inteligencia filosófica estoica y epicúrea que lo hacían un “avis rara”. De hecho tras su muerte, con 59 años, sus "Essais" han mantenido su éxito hasta llegar al siglo XXI, convertido en el santo patrón de los que entendemos la vida, no como un camino de lágrimas o una carrera de obstáculos o un crisol de ambición y ganancias, sino como la dorada –aunque difícil- posibilidad de disfrutarla a tope sin hacer daño a nadie, incluido nosotros mismos, ayudar a quienes podamos, amar y gozar en libertad del extraordinario milagro de la Vida. Fue un punto de referencia vital en los pasados 70 y 80 –los “hippy” ilustrados lo adoraban- y si se dan una vuelta por las librerías (¿queda alguna cerca de donde viven ustedes? creo que hay un bacilo digital que se empeña en hacerlos desaparecer) verán que siguen editándose sus libros (y a esta prueba me remito).
Escribió: “Solo busco en los libros el gusto que me proporcione un honrado entretenimiento; o, si estudio, solo busco la ciencia que trata del conocimiento de mí mismo y que me instruya en el bien morir y un bien vivir”. ¿Quién puede mostrar una filosofía de vida más clara y contundente? Conozco a algunas pocas personas que han convertido en lema existencial una frase de Montaigne: “Nada hago si no es con buen humor, ya que el empeño y la presión excesiva turban mi entendimiento, me amohínan y me cansan”.
Esa amable actitud ante la vida y sus avatares no casan con el agobio competitivo de nuestro siglo. Refleja una actitud placentera y tolerante que hoy cuesta mantener. Sin embargo tras su lectura, uno acaba pensando que vale la pena intentarlo.- ALBERTO DÍAZ RUEDA